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viernes, 27 de mayo de 2011

Nada es seguro para el hombre (Ovidio)




Súbitos e irresistibles se presentan los sueños imponiendo sus imágenes. La noche me deja a solas con ellos, en el intento fallido de personalizarlos cada vez que llega el alba. Un empeño que tiene mucho de esa ave rebelde que se negó a probar el fruto del Árbol del Paraíso. También mis sueños son premiados con la continuidad.

Hoy me he despertado vencida: no pude evadir lo irreal de esos sueños que, en el idioma del pasado, me seducían con arriesgadas fantasías rescatando asombros, retazos de recuerdos, y un temblor retenido con el nombre infinitamente buscado de aquel que se fue a dormir bajo los cedros de Orión. ¡Todo quimeras, ficciones, caprichos! A mí no me hace falta soñar para saber que cuando muere el amor, nace otro más jóven; sé de lo efímero que puede ser su fuego, sé que la luz hace el camino junto a la oscuridad de Seth, y sé del carácter voluble de ese sentimiento que, como las leyendas, se entrega al letargo del tiempo y la distancia.

Presiento en tus letras sombras y algo de miedo. Quizás se le apagó la luz al candil eterno que te llevaste a tu nueva vida, quizás olvidaste las palabras de Ovidio, confiando demasiado en tí. Aún recuerdo las tuyas cuando me dijiste que a las personas que habitan el pasado, prisioneras en el hechizo del recuerdo, sólo les queda el desahogo de vivir de los sueños, y me incitaste a buscar la verdad.

Ahora mientras escribo, la noche me coge desvelada: surgen como el ave Fénix, de las cenizas del olvido, imágenes con un lenguaje nuevo, de nostalgias, de recuerdos, de amaneceres. Pero, ¿cómo saber si todo lo que tú me dices es la Verdad? No quiero arriesgarme a la venganza de los dioses, y ser condenada de por vida a tejer el lastre de tus desolados sueños.