Imagen: museo de Berlín
Se le terminaba el tiempo y ocultó la
nostalgia instalada en sus ojos, celosa de sus propias emociones. En su
desmoronada memoria se hicieron añicos los recuerdos, y desaparecieron fugaces
las imágenes en el horizonte que ya supo inalcanzable para siempre. Ni las
luces de las calles podrían iluminar los últimos jirones del pasado mientras
que cada poro de su piel absorbiera lo negro del dolor. Empezó a sentirse
querida por la soledad y el silencio. La derrota le robó el último aliento de
fe. Ya no espera nada de quien entregó su pasión al olvido y confiara a un
trozo de papel la fuente de sus sueños. Su infidelidad presentida le llegó
robando sus íntimos deseos, el dulce olor de una tierra dorada y fértil, la
belleza de un paisaje donde había dejado huellas su niñez. Sólo le restan
abruptos senderos, renuncias, miedos, y unas palabras escritas como ritual que
precede a la muerte de un sentimiento sin la suficiente intensidad para vivir.
Tiene que seguir. El retorno se ha hecho imposible al subirse a la Caravana errante de la vida. Ahora sabe que los dioses renuncian a los que se entregan a la melancolía del desaliento, y que esa Arcadia que había buscado con tanto afán, desaparece para siempre en el infinito de la noche.