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viernes, 11 de junio de 2010

¡Estoy en Santiago!


Acuarela: Antón Hurtado


a Belit-Seri,


Las dudas suelen ser malas consejeras, pero no hagas a los libros culpables de tus incertidumbres. Ellos cuentan las historias tal y como otros las escribieron, y es el hombre el que se somete a los mitos y a las leyendas. Sólo cuando te alejes de esos testigos y te libres de la carga de las civilizaciones que visitas serás un verdadero peregrino, sin prejuicios y sin miedos. Puedes hacerlo, Belit, de la misma forma que lo he conseguido yo.

Hoy puedo decir ya que he llegado a Santiago. La certeza de un final próximo me confortó del escaso atractivo de este último tramo, y ha hecho que olvidara cualquiera de las incógnitas que también intentaron hacerme desistir. No he necesitado libros ni ninguna clase de filosofía, y la soledad -que no fue impuesta por uno u otro oscuro pasado- ha sido una lección práctica para saber escuchar la voz del Camino. Sin embargo, desde el Monte do Gozo se acaba con esta orfandad. Me adelantan peregrinos impacientes, alguno quizás con el deseo de ser nombrado rey, pero yo no deseo privilegios retóricos ni que llegue el momento de decir adios al Apóstol.

Desde que estoy en Santiago comienzo a sentir la nostalgia de la peregrinación. ¿Dónde queda el cansancio acumulado de las anteriores etapas, dónde están el calor y el frío, dónde las dudas y la sed que intentaban a veces ser protagonistas en el camino? Todo eso está olvidado. Conocer la ciudad y abrazar al Santo son mis deseadas preferencias, y sigo calles, plazas, iglesias, piedras bañadas por la pátina del tiempo, hasta la Catedral. He alcanzado la meta, Belit-Seri, he llegado al Pórtico de la Gloria y es ahora cuando conoceré la Verdad.

Apenas me detengo aquí me hago preguntas, probablemente las mismas que millones de peregrinos se hicieron al llegar. Dices no tener fe, estar lleno de incertidumbres y hasta pones en duda la necesidad de esta peregrinación. La respuesta está en este mítico románico que nos dejó el Maestro Mateo, en el Cristo que no viene a hacer justicia sino a pedirnos que sigamos a Santiago, en los cuatro evangelistas, en los ángeles que nos cuentan la historia de Aquel que vino a ayudarnos, en los apóstoles y en los profetas. Hace falta preguntárselo.

Ves, Belit-Seri, las historias no están escritas únicamente en los libros; están también en las piedras que hablan, a veces con un murmullo sólido o con erosión y otras hasta se les oye gritar. Sus voces nos cuentan vestigios del pasado, lo histórico de la ciudad, constancias de guerras, fugas, independencias, arte y amor. Es la crónica pétrea que narra la historia compostelana del Camino. La mismas piedras desde las que Santiago habla a los peregrinos en la Catedral. En el interior, con el tiempo detenido en el románico, espera la palabra del Apóstol; sólo ella puede llevarnos al conocimiento y librarnos de las dudas. Necesitaré más tiempo, mañana podré decirte cuales han sido sus enseñanzas.

Uxa

Camino a Delhi




Ha llegado el "ulaq", que se sirve de los caballos de los sultanes, con relevos cada cuatro millas, para llevar el correo y las noticias a los confines del reino. Me ha entregado tus últimos tres pergaminos. Los he leído al pié de una de las abundantes higueras que jalonan los caminos de la India.

Sí, la leyenda de Belit sigue existiendo. Va por delante del Escriba. Feliz tú, Uxa, que puedes sentir en tu piel el aire y la luz en el camino de Santiago y pisar el rocío del alba. Tus escritos son una ventana al infinito, sin arena del desierto que oculte los sentimientos. Tus palabras son gotas de agua de una fuente azul que purifica al lector. Es tímida la esperanza, el ansia de conocer el nombre secreto del Escriba. Este deseo necesita un puente y cruzarlo, cruzarlo sin miedo. Hay que soñar hasta perder la razón. Somos una leyenda.

Muchos amores son una forma de gnosis. Otros, algo que no existe, que nunca existirá. Unos y otros se sacrifican antes de coger apariencia. Por qué esperar el encuentro. Hasta el Destino, que es inmortal, llora la imposibilidad de preparar una cita íntima.

Voy camino de Delhi capital de la India. Lejos quedan las encinas de mi tierra Barbitanya, la hermosa capital de la Marca superior de Al-Ándalus. No puedo escuchar el susurro de sus hojas. Ellas hubieran podido desentrañar mi destino. También la flor de loto, la hermosa esposa del Nilo, se aleja en la distancia pero no en el recuerdo. El misterio que me interesa es la India.

Te escribo desde Delhi. La ciudad está rodeada de una poderosa muralla con muchas torres y puertas. Los cementerios, cerca de las entradas, están adornados con nardos y otras numerosas clases de flores. Todo está escrito desde que Pelasgos surgió del suelo de la Arcadia. Desde que Hermes llevó el alfabeto de Grecia a nuestra tierra, Egipto. Sobre la luz que refleja la gran laguna Sams ad-Din a las afueras, veo mi rostro, mi cabellera ha sido impregnada con aceite de sésamo y lavada con arcilla. Dicen las gentes del lugar, que los alisa y los hace crecer. Unas aves, por encima, mienten al viento. En la lejanía las nubes cubren el pecado de la tarde. Todo se acumula junto a mí. Los años, la incertidumbre y la distancia que me separa de los sueños. La bolsa de monedas yace floja, muy floja de dirhams.

Los libros de filosofía no me han dado en el clavo. ¡Ah! Los de historia me causan dudas. Historias de independencia, liberación, soberanía… De qué independencia, pues yo sigo esclavo, sí, esclavo de la patria, de la religión, del dinero, de las mentiras de estas tribus… Claro, el raro soy yo. Seguramente estoy en el final, bueno en la recta final. No quiero hacer balance de mi vida, sería peor. Además, a lo que estoy, tengo que ir a recorrer la India.

Ahora estoy solo, yo no sé si esto es bueno o malo, pero no me gusta, claro, que tampoco me convencen los compañeros turcos que me acompañan. Solo beben vino, vino, otro vino, y luego… igual da. De todas maneras, pido a Dios perdón, pero dudo mucho de las religiones que estoy conociendo desde que partí de Alejandría. De sus sacerdotes, bueno, de algunos. Pienso que algo debe de existir. Y… si no existe, mejor. Voy a comer una papilla de granos de samaj cocidos con leche de búfala. No me conviene, pero, ¿qué es lo que me conviene?, no comer, no beber, no…, entonces para que estoy aquí. Aquí, en este mundo. ¿Pero… existe otro mundo? No consigo obtener plena satisfacción de mis aventuras. Claro, yo sé que no soy buen explorador, pero, si no voy en busca del conocimiento de nuevas tierras, qué hago.

Solo queda dos días de luna llena para la cita con los caravaneros… ¿Qué hago? Me acuesto sobre las alfombras de la zagüía del jeque Abuisaq, donde pernocto desde hace quince días, o me voy a dar una vuelta a ver si se me pasa el sopor de la comida y el vino. Me fui a la zagüía. Me ofrecieron unas mujeres cautivas. Comprarlas aquí está al alcance del más pobre. Las rechacé dada su extrema suciedad. Me quedé ayer sin salir. Celebraban la fiesta de la ruptura del ayuno. No quiero correr el riesgo de que me reconozcan como infiel. He entregado al jefe de una caravana con destino al templo de Ipet-Sut, la ciudad-templo donde creo que debes residir en este tiempo, junto al hermano de tu padre, sacerdote de Ra en Heliópolis.

Que Dhata y Vidhata, trencen una hermosa y feliz tu cuerda del Destino.

Belit-Seri