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viernes, 11 de junio de 2010

Camino a Delhi




Ha llegado el "ulaq", que se sirve de los caballos de los sultanes, con relevos cada cuatro millas, para llevar el correo y las noticias a los confines del reino. Me ha entregado tus últimos tres pergaminos. Los he leído al pié de una de las abundantes higueras que jalonan los caminos de la India.

Sí, la leyenda de Belit sigue existiendo. Va por delante del Escriba. Feliz tú, Uxa, que puedes sentir en tu piel el aire y la luz en el camino de Santiago y pisar el rocío del alba. Tus escritos son una ventana al infinito, sin arena del desierto que oculte los sentimientos. Tus palabras son gotas de agua de una fuente azul que purifica al lector. Es tímida la esperanza, el ansia de conocer el nombre secreto del Escriba. Este deseo necesita un puente y cruzarlo, cruzarlo sin miedo. Hay que soñar hasta perder la razón. Somos una leyenda.

Muchos amores son una forma de gnosis. Otros, algo que no existe, que nunca existirá. Unos y otros se sacrifican antes de coger apariencia. Por qué esperar el encuentro. Hasta el Destino, que es inmortal, llora la imposibilidad de preparar una cita íntima.

Voy camino de Delhi capital de la India. Lejos quedan las encinas de mi tierra Barbitanya, la hermosa capital de la Marca superior de Al-Ándalus. No puedo escuchar el susurro de sus hojas. Ellas hubieran podido desentrañar mi destino. También la flor de loto, la hermosa esposa del Nilo, se aleja en la distancia pero no en el recuerdo. El misterio que me interesa es la India.

Te escribo desde Delhi. La ciudad está rodeada de una poderosa muralla con muchas torres y puertas. Los cementerios, cerca de las entradas, están adornados con nardos y otras numerosas clases de flores. Todo está escrito desde que Pelasgos surgió del suelo de la Arcadia. Desde que Hermes llevó el alfabeto de Grecia a nuestra tierra, Egipto. Sobre la luz que refleja la gran laguna Sams ad-Din a las afueras, veo mi rostro, mi cabellera ha sido impregnada con aceite de sésamo y lavada con arcilla. Dicen las gentes del lugar, que los alisa y los hace crecer. Unas aves, por encima, mienten al viento. En la lejanía las nubes cubren el pecado de la tarde. Todo se acumula junto a mí. Los años, la incertidumbre y la distancia que me separa de los sueños. La bolsa de monedas yace floja, muy floja de dirhams.

Los libros de filosofía no me han dado en el clavo. ¡Ah! Los de historia me causan dudas. Historias de independencia, liberación, soberanía… De qué independencia, pues yo sigo esclavo, sí, esclavo de la patria, de la religión, del dinero, de las mentiras de estas tribus… Claro, el raro soy yo. Seguramente estoy en el final, bueno en la recta final. No quiero hacer balance de mi vida, sería peor. Además, a lo que estoy, tengo que ir a recorrer la India.

Ahora estoy solo, yo no sé si esto es bueno o malo, pero no me gusta, claro, que tampoco me convencen los compañeros turcos que me acompañan. Solo beben vino, vino, otro vino, y luego… igual da. De todas maneras, pido a Dios perdón, pero dudo mucho de las religiones que estoy conociendo desde que partí de Alejandría. De sus sacerdotes, bueno, de algunos. Pienso que algo debe de existir. Y… si no existe, mejor. Voy a comer una papilla de granos de samaj cocidos con leche de búfala. No me conviene, pero, ¿qué es lo que me conviene?, no comer, no beber, no…, entonces para que estoy aquí. Aquí, en este mundo. ¿Pero… existe otro mundo? No consigo obtener plena satisfacción de mis aventuras. Claro, yo sé que no soy buen explorador, pero, si no voy en busca del conocimiento de nuevas tierras, qué hago.

Solo queda dos días de luna llena para la cita con los caravaneros… ¿Qué hago? Me acuesto sobre las alfombras de la zagüía del jeque Abuisaq, donde pernocto desde hace quince días, o me voy a dar una vuelta a ver si se me pasa el sopor de la comida y el vino. Me fui a la zagüía. Me ofrecieron unas mujeres cautivas. Comprarlas aquí está al alcance del más pobre. Las rechacé dada su extrema suciedad. Me quedé ayer sin salir. Celebraban la fiesta de la ruptura del ayuno. No quiero correr el riesgo de que me reconozcan como infiel. He entregado al jefe de una caravana con destino al templo de Ipet-Sut, la ciudad-templo donde creo que debes residir en este tiempo, junto al hermano de tu padre, sacerdote de Ra en Heliópolis.

Que Dhata y Vidhata, trencen una hermosa y feliz tu cuerda del Destino.

Belit-Seri

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